El reloj del mundo siempre da la hora
puntual y desconcertado
en cada abismo de sus minutos
en el tictac de su memoria.
No abre ni cierra puertas,
adentro una luz dispersa e indefinida
acompaña su cadencia macabra;
el silencio de las horas enlatadas
del mundo a punto de caducar,
y tú, aún cenando la estupidez
te resignas
y te acuestas sin leer la fecha.
Alguien quiere que nos indignemos
y nosotros, nos acostamos a soñar con un cielo azul
mientras sopla un viento del norte
en nuestras cabezas de chorlito;
entretanto el suelo se llena de hojas
de conciencias secas, de frutos rancios.
Hessel nos quiere despertar pero el mando
nos lleva magnético a otro tipo de cadena,
la de la condena íntima, la del silencio,
la esperanza íntima y la ostracidad
esperando que sean otros
los que acumulen el cansancio de esta melodía
y por fin disparen al pianista.
ana