miércoles, noviembre 26, 2008
UNA JORNADA
Sobrevives, incluso contigo sosteniendo el vacío, con ese leve gesto con el que tus manos aclaran cada mañana tus párpados mudos. El agua tintinea en tus dedos, sutura y venda tus ojos llenos de heridas, ulceradas órbitas, descalabrándose en miradas al cercenado pasado y a algo que quedó incrustado en su jabón. Escapas de nuevo, rápido, cierras tras de ti, la puerta del sueño, tomas el ascensor de las edades prohibidas te encaminas al largo pasillo del sórdido tumulto y de la rutina. Picas el billete de la sabiduría, ella siempre viaja contigo, os bajáis en la parada de la monotonía. Las 9,30 Ya se va haciendo tarde para matar el tiempo antes del almuerzo. Para hacerlo añicos, entre las fauces hambrientas del frío asiento de tu sillón de acero. Se abrevia la mañana, van dando las horas. Como una ancianita, como bebé de pecho, es la hora termita, la que te devora ahora, te arroja, al comedor y a los pastos como animal de horarios y de establo. Al salir, el aliento interno empaña el aire, ya hace frío, abres el paraguas, no sea que te cale el cansancio y te desvele. Al llegar a casa, una ducha, te salen los mitos por los poros, y el sudor de verdades supremas tapona tus oídos. El agua purificando el cuerpo, la soledad poniéndote el pijama, dejas las gafas, llenándote de ceguera suprema te adentras en el abismo de tu cama, te hundes en el infinito hueco de oscuridad y sueño. Apagas la luz del cuarto menguante, y buceas, en el mar líquido y caliente de sus labios muertos, pero ella, se llevó consigo el derecho a mirarla.
ana
Cuadro: "Lavabo y espejo" (1967), Antonio López García
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