Quieto,
no muevas tu cuerpo,
estás sellado a mí, como la piedra a su lecho.
Si te marchases ahora dejarías el hueco
descolorido, el resto amarillento,
el vacío rastro.
Quieto,
no muevas tus manos,
deja que describan su propio surco
en la tierra de mi cuerpo,
muy adentro, cerca del manto ácido
de mi suelo.
Quieto,
abraza mi noche
con tus brazos de espesura
poderosos y lentos como raíces
arrancando el agua del centro de la tierra.
Respira en mi niebla, aullido de lobo acechando,
abrazando la foresta húmeda
y respira el olor a musgo
húmedo y oculto
bajo tu peso de sabio.
O escapa,
ahora
brama al cielo tu locura,
todo tu dolor y desarraigo en fuga,
quedará amarillo el rastro y el lecho muerto
bajo tu peso de piedra.
ana