"Será por puro azar que al que oye cantar, al que escucha el cante se le dice que "siente el cante", "está sintiendo cantar". Así, el que siente cantar es parte misma del cante,participa en el rito, en la ceremonia y guarda sus tiempos litúrgicos, interviene, anima, jalea, ayuda en suma al cantaor hasta alcanzar "el duende”. El duende es la clave del cante, crea el clímax. El DUENDE es el halo, la atmósfera del grito y el silencio, es la respiración sostenida, la garra de lo desconocido, el cielo hecho piedra... lo inexplicable. El cantaor roza el éxtasis y queda colgado de la nada para dar el grito con el que atenaza al que "siente” y le hace dar el suspiro del "ole"o de la lágrima. Cuando un hombre hace un cante poseído del duende, el aire y el tiempo se paralizan, nadie osa moverse ni mirar a otro lado. El que siente se convierte en orante de piedra, porque se le oprime el corazón a fuerza de congoja para abrirse más tarde como escala divina. Para el iniciado, el duende es el arte, el summun de la esencia, la furia, y tacto exquisito, una gota suspendida y casi inalcanzable. Manuel Torre dijo en una ocasión: "Todo lo que tiene sonidos negros, tiene duende". El cante va siempre al alcance de ese momento, está siempre rozando el equilibrio y la locura. Va del gozo a la congoja pasando por la pena. La voz araña, pellizca, se quiebra en mil sollozos para acabar hiriendo y doliéndose así misma.Otras veces el duende convoca al gozo y la sonrisa, al ángel y al destello de la gracia y el delirio. El cante es una inmensa aventura sin metas ni destinos."
Por Francisco Moreno Galván.
El cuadro de:
Marta Wiley, Colección Flamenco I Y II.