Bien podría decirse que Izaskun tuviera treinta y tantos pero lo cierto es que había cumplido ya los 42. Se cuidaba físicamente, haciendo de cada gesto un acto de liturgia. Caminaba media hora cada día tras el desayuno y antes de entrar a trabajar. Cuando el tiempo se lo permitía acudía al trabajo en su bicicleta negra, la cual tenía también una buena cantidad de años. Izaskun cuidaba su dieta y sus hábitos personales, no fumaba ni bebía, pero le encantaba tomarse una cerveza acompañada de nueces cada tarde mientras repasaba sus e-mails. Los sábados por la mañana acudía a la piscina de un polideportivo cercano a nadar durante una hora. Luego tomaba su sauna, de la que salía liviana como una pluma, roja y empapada en sudor. La ducha entonces era el mayor placer imaginable, largo y generoso, con el impagable bálsamo del tiempo, de una mañana sin prisa y del recién llegado fin de semana.
Llegaba la primavera. Su reducido vestuario, a causa de su precaria economía, eran tres o cuatro pantalones y unas cuantas camisetas. Vestía de forma deportiva, ya que su trabajo así lo requería.
El primer sábado de Junio se preparó para salir a cenar con su amiga Lola, recién separada de su marido. Se duchó y perfumó regalándole a su piel un placentero bálsamo calmante y fresco, algo que su piel supo apreciar. Se recogió el pelo de forma sencilla y escogió una camisa roja y falda ajustada negra para la ocasión. Decidió estrenar por fin sus zapatos altos, esos incómodos zapatos que la elevaban 5 ó 6 centímetros y la hacían parecer más esbelta. Nunca se pintaba pero en esta ocasión decidió sombrear de marrón sus grandes ojos negros y nacarar levemente sus labios. Agua de colonia con suaves matices de rosa y jazmín, y salió de casa volando. Era pura sensualidad al caminar calle abajo hasta la parada del autobús que la llevaría hasta el centro de Santander. Allí, en la parada de la Plaza Porticada la esperaba su amiga Lola.
Mientras tomaban un pequeño vaso de cerveza en un barcito cercano al restaurante donde cenarían, Izaskún no pudo dejar de mirar a través de la ventana que daba a la calle. Un hombre de aspecto agradable y de más edad que ella, la escrutaba mientras hablaba por su teléfono móvil queriendo disimular su interés. Algo que no pasó inadvertido para Izaskun que le seguía con su mirada. Había algo realmente atractivo en aquel hombre de jersey negro y bufanda beige. Llevaba una chaqueta marrón de pana recogida sobre el brazo y un periódico doblado sobresalía del bolsillo de la chaqueta. El pelo medio blanco y el aspecto de su piel, eran signos de madurez física; rondaría los 50, pensó ella. Pero lo cierto es que le resultaba bastante difícil calcular la edad de las personas. Cuando terminó de hablar por teléfono, él se quedó mirando fijamente los ojos de Izaskun. Quería decirle algo inteligente y que no pareciera lo que era realmente, una forma de entablar conversación rápida, con el único propósito de intentar conquistar a aquella mujer. Algo había en aquellos ojos azules, que a ella le parecieron irresistibles, y tras media hora de conversación, ellas decidieron invitarle a cenar.
Javier, que así se llamaba, era profesor de Literatura en un instituto. Una persona realmente amable y educada que supo mantener la atención de las dos mujeres durante toda la noche. Les habló de sus aficiones, de teatro, de cine, de la vida, de su vida.
Javier era divorciado desde hacía ocho años y tenía un hijo de 20 que estudiaba la carrera de arquitectura en San Sebastian.
Al acabar la cena, tomaron un par de cafés en la terraza del Hotel Sardinero al cual habían ido por capricho de Lola. Hacía una noche estupenda y el cálido viento sur hizo que Izaskun quejándose del calor y en un ademán de abanicarse, se soltase un botón de su camisa, algo que no pasó inadvertido para Javier quien se quedó absorto mirando a la mujer mas hermosa que había visto en varios años. Ella.
Izaskun sintió como una corriente le atravesaba desde la cabeza a los pies y la envolvía en un calor intenso que hizo aparecer un color rosado en sus mejillas, algo que Javier interpretó como signo de atracción mutua y le hizo acercar su cara a la de ella y ofrecerle un beso, tan sólo un leve roce de sus labios, apenas 3 segundos pero que a los dos debieron parecerles tres hermosos segundos. Javier invitó a Izaskun a una última copa en su casa. Ella aceptó y entornando los ojos a causa de la vergüenza, dijo si. Hacía tanto tiempo...
Bailaron un par de tangos y música de Billie Holiday, tranquila y plácidamente hasta las tantas, y cansados de contener el deseo, tras la cercanía de sus cuerpos en el baile, Javier besó el cuello medio descubierto de ella, mientras retiraba el pelo que se había ido soltando. Sus manos ávidas de caricias, de gestos y de piel, no pudieron saciarse en un intento de acumular todas aquellas sensaciones casi olvidadas. En un afán de almacenarlas en el lugar más secreto y disfrutar de ellas y de su posterior recuerdo. Por la mañana, ella dobló la camiseta gris. Toda la habitación desprendía un olor intenso claro y definido que hacía rebrotar en la memoria antiguas sensaciones. El olió su pelo, su cuello, mordisqueó su oreja suavemente mientras le decía que quería volver a verla.
Esta mañana de domingo los dos han salido a caminar por la playa. Hoy el viento fresco del Nordeste ha limpiado el cielo de nubes y arbola las olas que se acercan furiosas hasta la costa. En el horizonte irregular se recortan las peñas y los islotes. El mar azulea y el viento levanta pequeñas gotitas de agua que rocían la orilla.
Las manos entrelazan un silencio y un miedo, hay soledades extrañas.
ana