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jueves, marzo 03, 2011

EL ESCLAVO

¿Y si la muerte no tiene el silencio
que le asignamos desde el no saber?

¿Y si es precisamente tal su fragor unánime
que nos impide oir a quienes quedan?

V Vértices, de "Hilo de nadie" Lorenzo Oliván.

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Un color invariable rige al melancólico: su interior es un espacio de color de luto; nada pasa allí, nadie pasa. Es una escena sin decorados donde el yo inerte es asistido por el yo que sufre por esa inercia. Este quisiera liberar al prisionero, pero cualquier tentativa fracasa como hubiera fracasado Teseo, si además de ser él mismo, hubiese sido, también, el Minotauro; matarlo, entonces, habría exigido matarse, pero hay medios fugitivos: los placeres sexuales por ejemplo, por un breve tiempo pueden borrar la silenciosa galería de ecos y de espejos que es el alma melancólica. Y más aún: hasta pueden iluminar ese recinto enlutado y transformarlo en una suerte de cajita de música con figuras de vivos y alegres colores que danzan y cantan deliciosamente. Luego, cuando se acabe la cuerda, habrá que retornar a la inmovilidad y al silencio. La cajita de música no es un medio de comparación gratuito. Creo que la melancolía es en suma, un problema musical: una disonancia, un ritmo trastornado. Mientras afuera todo sucede con un ritmo vertiginoso de cascada, adentro hay una lentitud exhausta de gota cayendo de tanto en tanto. De allí que ese afuera contemplado desde el adentro melancólico resulte absurdo e irreal y constituya "la farsa que todos tenemos que representar". Pero por un instante -sea por una música salvaje, o alguna droga, o el acto sexual en su máxima violencia-, el ritmo lentísimo del melancólico no solo llega a acordarse con el del mundo externo que lo sobrepasa con una desmesura indeciblemente dichosa; y el yo vibra animado por energías delirantes...

De "El espejo de la melancolía" (de La extracción de la piedra de locura. Otros poemas) Alejandra Pizarnik

Que en tu camino de vuelta siempre tengas una luz.