Tus dedos ahora tienen las espinas del tiempo
amenazando tormento cuando los pienso,
antes con aquélla suavidad de uvas y de melocotón,
atardecer al que sucumbía
necesario abismo de cada lluvia,
sostenido viento en la ventana de la lujuria.
Tus manos eran el dulzor de un laberinto ciego,
de un suspiro tras los labios
el umbral hacia la puerta de lo oculto,
la salida, la puerta trasera en un incendio
el escape a mis miedos, la letanía de mis rezos
el arco de mi cuerpo acontecido de ti.
Tu boca en mi costado,
la pasión y el desgobierno de todas nuestras pautas,
de todas esas normas hechas
para los que aún no han encontrado la cruz de la ternura.
Tu carne dispuesta y aferrada a la madera de mi cuerpo,
el cielo oscureciéndose en tu pelo,
la noche clavada a nuestro lecho,
el techo de mi piel que ya no es mía,
que muere cada día por tus besos,
ansiada agonía, de pasión y luna llena en mi cielo.
ana