Se establece la costumbre, el ritual y la norma, la costumbre de mirarnos de reojo nos atonta. Y nuestras manos se acostumbran también a tocarse, y la piel ya no se eriza al tacto de nuestros dedos, eléctricos antes. Se acostumbran nuestras bocas a los insípidos silencios, comodines afónicos en el ritual del tedio. Y ya no escucha nuestro oído los hábiles susurros del comienzo del sueño. La costumbre nos diluye, nos endurece, nos ciega, nos ensordece, nos conduce, la costumbre nos cercena.