Sueño, distancia,
entreabro los ojos, ya te has ido.
Huele el café del verano pasado,
la mosquitera arrugada se apoya olvidada
las piedras que recogí en la orilla de tu cama
llenan el espacio del delirio.
Adivina,
qué siento cuando quiero tocar tu cuello
tu nuca excelsa y tus dedos fríos.
No sabes de los silencios que cerraste
para ahogarlos súbitamente en un grito.
No lo sabes, porque siquiera intuyes
cómo suenan los disparos en mi pecho
y cómo anuncian las sirenas el incendio
de las primeras noches de este encierro.
Es mentira, lo cierto y lo pasado
lo que imponen las horas como losas
hasta aplastar los intentos de morirse
abjurando de tus ojos tristes.
Y este calor en la cama que aun pervive
en la penumbra de las horas tempranas
se enrosca a mi cuello, collar de espinas
para matar lentamente a la razón,
de frío.
ana