Salía del cine, un Western de efecto sin efecto, (nefasto y lento) y aquel suceso, la habían puesto de mal humor. Ya había oscurecido. De camino al metro aún tenía la sensación de desagrado retumbando en sus oídos. "¡Qué asco!" Aquellas palabras y un espectador cambiándose de sitio unas filas más atrás habían hecho que ella pensara en su propio olor y se preguntara si realmente podía llegar a ser tan molesto para alguien.
Subió al metro, no había asientos vacíos y tuvo que agarrarse a uno de los asideros del techo. Un hombre pelirrojo, de mediana edad puso su mano junto a la de ella. Camiseta naranja, mochila, aquella cara... le recordaba: era otro espectador que acababa de ver en la primera fila de butacas tomando apuntes. Sus manos permanecieron juntas dos estaciones, sus brazos alzados por el oscuro pasillo hacia Sol. Aún le retumbaba en los oídos aquel "¡Qué asco!" cuando el pasajero de camiseta naranja recolocaba su torso girándolo hacia la cara de ella, y entonces, hasta su nariz había llegado el olor casi olvidado de un cuerpo masculino.
Se bajó en Estrecho, aquella voz sin vida había anunciado la estación. Ya en el hotel, mientras se desnudaba, acercó a su cara el vestido que acababa de quitarse, lo olió escudriñando cada matiz e intentando adivinar la causa de aquellas palabras que la torturaron toda la noche. Su vestido olía a jabón y a si misma. Le gustó.
Recordó el olor del hombre del metro, y mezcló ambos en su cabeza como intentando preparar un cóctel de media noche que le borrara el mal sabor de la película y de la soledad. Luego dormiría bajo los efectos embriagadores de aquel brebaje nocturno.
ana
Nadie como Sergio Leone...