Abrí la puerta despacito,
¿Se puede? -pregunté-
Pasa, -contestó una voz desde el fondo-
Me acerqué...
y la poesía
-todavía inocente-
me preguntó por qué tenía los ojos tan grandes y tan ciegos
y antes de que pudiese responderle alguna cosa
asomó la ternura de sus garras
y me devoró.
ana