En los estrechos pasadizos que conducen
por el infinito invierno, te encuentro escondido
en el oscuro zaguán del pasado;
Como a punto de irte, me sonríes desde la penumbra
pareces saber que la edad se nos descompone
y lo que declina nos baña el rostro de una nostalgia infinita.
Lo sé,
sé que una vez la suerte te retuvo en su regazo,
que el número catorce se ató a tus manos
pero luego se marchó.
Desde entonces el silencio cose tus labios
y son únicamente tus dedos quienes hablan de estrellas mudas,
del lento palpitar de tu dolor.
Ahora, el otro, te bautiza
nunca más nadarás el río de agua pura y cristalina
cuya corriente era, el dulce viaje.
Nadar es lucha agotadora que te deja sin voz,
sin aliento,
es el recodo de la soledad un alivio,
un consuelo para el alma que se aletarga
es el aire que respiras, el amor que a bocanadas calma
el dolor y la fiebre de esta vacía existencia.
Son las estrellas del dolor quienes iluminan la noche
y enmudecen las oscuras horas de tus días.
ana