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martes, marzo 06, 2012

MUERTE EN VENECIA

“…por ser tan mío no puede ser mío”
Reflexión de Mirra en La Metamorfosis de Ovidio


La visión de aquella figura viviente, tan delicada y tan varonil al mismo tiempo, con sus rizos húmedos y hermosos como los de un dios mancebo que, saliendo de lo profundo del cielo y del mar, escapaba al poder de la corriente, le producía evocaciones místicas, era como una estrofa de un poema primitivo que hablara de los tiempos originarios, del comienzo de la forma y del nacimiento de los dioses.Aschenbach escuchaba con los ojos cerrados aquel canto que renovaba en su interior, y pensó, una vez más, que allí se encontraba bien y que se quedaría...
{1}"Porque la belleza, Fedón, nótalo bien, sólo la belleza es al mismo tiempo divina y perceptible. Por eso es el camino de lo sensible, el camino que lleva al artista hacia el espíritu. Pero ¿crees tú, amado mío, que podrá alcanzar alguna vez sabiduría y verdadera dignidad humana aquel para quien el camino que lleva al espíritu pasa por los sentidos? ¿O crees más bien (abandono la decisión a tu criterio) que éste es un camino peligroso, un camino de pecado y perdición, que necesariamente lleva al extravío? Porque has de saber que nosotros, los poetas, no podemos andar el camino de la belleza sin que Eros nos acompañe y nos sirva de guía; y que si podemos ser héroes y disciplinados guerreros a nuestro modo, nos parecemos, sin embargo, a las mujeres, pues nuestro ensalzamiento es la pasión, y nuestras ansias han de ser de amor. Tal es nuestra gloria y tal es nuestra vergüenza. ¿Comprendes ahora cómo nosotros, los poetas, no podemos ser ni sabios ni dignos? ¿Comprendes que necesariamente hemos de extraviarnos, que hemos de ser necesariamente concupiscentes y aventureros de los sentidos?..."
....La playa presentaba un aspecto desagradable. Sobre la ancha y plana superficie de agua que separaba la playa del primer banco de arena, se rizaban estremecidas y tenues olas que corrían de delante hacia atrás. Otoño y decadencia parecían abrumar al balneario días antes animado por tanta profusión de colores, y en aquel instante ya casi abandonado, tanto que ni siquiera la arena estaba limpia. Un aparato fotográfico, cuyo dueño no apareció por ningún sitio, descansaba junto al mar sobre su trípode, y el paño negro que habían echado sobre él flotaba al viento...
...su figura se deslizaba aislada y solitaria, con el cabello flotante, allá por el mar, a través del viento, hacia la neblina infinita. Otra vez se detuvo para contemplar el mar. De pronto, como si lo impulsara un recuerdo, bruscamente, hizo girar el busto y miró hacia la orilla por encima del hombro. El contemplador estaba allí, sentado en el mismo sitio donde por primera vez la mirada de aquellos ojos de ensueño se había cruzado con la suya. Su cabeza, apoyada en el respaldo de la silla, seguía ansiosamente los movimientos del caminante. En un instante dado se levantó para encontrar la mirada, pero cayó de bruces, de modo que sus ojos tenían que mirar de abajo arriba, mientras su rostro tomaba la expresión cansada, dulcemente desfallecida, de un adormecimiento profundo. Sin embargo, le parecía que, desde lejos, el pálido y amable mancebo le sonreía y le saludaba.

La muerte en Venecia, 1913
Thomas Mann

{1} (Parafraseando a Platón, en "Fedón", uno de sus "Diálogos")




Vi, esta película de Luchino Visconti, cuando era una adolescente. Me cautivó todo de ella, su música ( Adagietto, 5ª Sinfonía. Canto de la contralto del IV movimiento de la 3ª Sinfonía, de Gustav Mahler) que se convirtió a partir de entonces en la banda sonora de mi vida, su fotografía, su cadencia, su tema, su delicada pincelada que consigue llegar al punto exacto y allí hace sonar todos los sentidos posibles, componiendo una melodía que hace temblar mi alma.

Tiembla el aire caliente que asciende de la humeante arena
verano de lento transcurrir, el acento lejano en armoniosa cadencia,
el nauseabundo olor, la belleza que se adentra en un mar en calma,
David entre la bruma húmeda y salada, lejano y distante, sueño que se escapa,
cólera entre las manos.
Morir en Venecia, extraviarse en la pasión
recibir la moribunda ola en el alma,
y morar para siempre cerca de su sombra
cerca de su ausencia...
brillar para siempre como sólo la orilla vibra
al final del verano.
Cansada Venecia, umbral perdido
Lido hundiéndose en febril agonía
ráfagas de vacío surcando el rostro del deseo
y la juventud perdida.

ana