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domingo, septiembre 28, 2008

ROSARIO DE HORAS

Extiende tus sueños, desconocido,
hazlo sin miedo, pierde la compostura
si es necesario.
Trencemos lo que segaste, alcemos
a lo alto la coleta de los pensamientos
inconscientes.
Trencemos los instantes , contémonos
los momentos de lujuria contenida
esas aladas sombras que acompañaron
las horas.

Olvidemos el pulular de los miedos.
Animemos al remero a volver,
al peregrino a quedarse esta noche,
trencemos, una vez más, el hilo
que brilla,
que brilla y anuda nuestras esperanzas,
las de ser ahora aunque sea tarde.

Recitemos el rosario
de las descorazonadoras
horas, cuentas de negro ónice.

Ahora.

Recemos la oración de la piel,
lleguemos al final del mundo
arrodillados
uno frente a otro,
yo frente a ti,
tú frente a mi,
nuestras frentes chocando,
horadando la membrana
de la noche,
que separa,
que oculta los rostros resignados
con su olor a humedad
y a labios perdidos.

ana

"DEATH and REBIRTH",suite para Violoncello (J.S.Bach)



¿DÓNDE?¿Me extravié en la fiebre?
¿Detrás de las sonrisas?
¿Entre los alfileres?
¿En la duda?
¿En el rezo?
¿En medio de la herrumbre?
¿Asomado a la angustia, al engaño, a lo verde?...
No estaba junto al llanto,
junto a lo despiadado,
por encima del asco,
adherido a la ausencia,
mezclado a la ceniza,
al horror, al delirio.
No estaba con mi sombra,
no estaba con mis gestos,
más allá de las normas,
más allá del misterio,
en el fondo del sueño,
del eco, del olvido.
No estaba.

¡Estoy seguro! No estaba.

Oliverio Girondo.

ESTRECHO, ESTACIÓN EN CURVA

Salía del cine, un Western de efecto sin efecto, (nefasto y lento) y aquel suceso, la habían puesto de mal humor. Ya había oscurecido. De camino al metro aún tenía la sensación de desagrado retumbando en sus oídos. "¡Qué asco!" Aquellas palabras y un espectador cambiándose de sitio unas filas más atrás habían hecho que ella pensara en su propio olor y se preguntara si realmente podía llegar a ser tan molesto para alguien.
Subió al metro, no había asientos vacíos y tuvo que agarrarse a uno de los asideros del techo. Un hombre pelirrojo, de mediana edad puso su mano junto a la de ella. Camiseta naranja, mochila, aquella cara... le recordaba: era otro espectador que acababa de ver en la primera fila de butacas tomando apuntes. Sus manos permanecieron juntas dos estaciones, sus brazos alzados por el oscuro pasillo hacia Sol. Aún le retumbaba en los oídos aquel "¡Qué asco!" cuando el pasajero de camiseta naranja recolocaba su torso girándolo hacia la cara de ella, y entonces, hasta su nariz había llegado el olor casi olvidado de un cuerpo masculino.
Se bajó en Estrecho, aquella voz sin vida había anunciado la estación. Ya en el hotel, mientras se desnudaba, acercó a su cara el vestido que acababa de quitarse, lo olió escudriñando cada matiz e intentando adivinar la causa de aquellas palabras que la torturaron toda la noche. Su vestido olía a jabón y a si misma. Le gustó.
Recordó el olor del hombre del metro, y mezcló ambos en su cabeza como intentando preparar un cóctel de media noche que le borrara el mal sabor de la película y de la soledad. Luego dormiría bajo los efectos embriagadores de aquel brebaje nocturno.

ana

Nadie como Sergio Leone...