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miércoles, mayo 05, 2010

LA MÚSICA CALLADA DE ALGUNOS POETAS VIVOS




Los días en que la poesía lo invade todo son los que más desvarío proporcionan. Los que rinden, con su tormenta, más matices al final de la tarde. Porque el día amanece a cada momento con la presencia de la poesía. Y la palabra enmudece, se hace recoleta; las luces se embargan de oscuridad; la lucidez y la inteligencia son insuficientes restos y despojos del hombre. Más vale recogerse a lengüetazos después de la invasión y el trance. Y mantenerse en silencio como una estatua viva. En silencio, como un laberinto inhabitado.

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La poesía es memoria además porque usurpa y extirpa del tiempo lo que quiso ser olvido y no pudo.

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La pasión de la poesía es la pasión por el silencio, porque el poeta no escoge la palabra adecuada, escoge los silencios necesarios. Igualmente, es la pasión por la contemplación y por los temas que atraviesan al hombre desde antiguo. El poeta sigue portando las virtudes apolíneas y dionisíacas.

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El sentimiento es un inconveniente. Más bien, el verso razona en la sinrazón aplicando los mecanismos de la música, la aritmética más perfecta junto a la sugerencia más profunda.

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La palabra es condición anhelante para el hombre, por eso siempre es deseo todo lo que nombra la poesía, porque el mundo se hace nuevo.

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La poesía es memoria, es tiempo y es palabra. Lo contiene todo, pero no muestra nada. Hace presente el discurso pasado. Es memoria porque usurpa y extirpa del tiempo lo que quiso ser olvido. Es tiempo porque el tiempo es para la poesía la conciencia plena. Es palabra porque la palabra es razón de la consciencia y de lo pleno y de la usurpación…

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La tarde va declinándose por algunas franjas de la luz que desconocía. He pensado en la conjunción que se produce al escribir un poema: vetas de lo ausente.

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Probablemente pertenezco
a otra vida que nunca ha sucedido;
y tengo la certeza
de que escribo los versos al dictado
de otro hombre que imagina estas palabras.
Este poema quiere, por lo tanto,
decir las obviedades de lo ajeno.

Decir
alguien debe robarme la conciencia
todas las tardes
con sus sueños, su vida, sus palabras.
Decir
alguien, acaso un hombre,
viene a tañer por esta boca,
por el sonido lento que la invade:

que sean en mí tus sueños,
que el porvenir fecunde, memoria inconcebible,
la escritura que finge tu existencia
de estancia fugitiva.

Tomás Rodríguez Reyes