Imagen de la cabecera del blog: cuadro de la autora

lunes, agosto 27, 2007

PEDRO


Tenía 13 años y una botella de anís para regalar a su tío a su llegada a Cuba. No llevaba más que lo puesto y unas alpargatas que anteriormente reservaba para los domingos. Después de una interminable travesía por el Atlántico que duró dos semanas y de las duras condiciones del viaje, llegó al puerto de La Habana.

A su llegada, la botella de anís que llevaba había sido rellenada, por algún avispado marinero, con simple agua del océano. Trece años y unas enormes ganas de empezar a trabajar. Una ciudad extraña y mucha distancia hasta su pasado, su casa, sus padres y hermanos...Un mundo nuevo por abrir y saborear.
Al igual que aquella botella, él iba a ser vaciado para llenarse de una nueva vida a su llegada a Cuba.

Unos enormes ojos azules, cabellos rubios, labios gruesos fueron supongo sus primeras buenas herramientas. Tan extraños por aquellas tierras, estos debieron de ayudarle en su comienzo, equilibrando así su juventud y falta de experiencia.

Su primer trabajo, en una de esos comercios en los que se vendía de todo un poco, desde alimentos de ultramar, calzado, telas, droguería, etc..., le regaló la primera oportunidad de ser alguien para si mismo y de empezar a reconocerse como el hombre que luego terminaría siendo.
Comenzó haciendo de aquel mostrador su casa. Allí pasaba muchas horas al cabo del día pero también de la noche porque dormía bajo su madera, a falta de mejor cama y mejor casa.

No pasó mucho tiempo para que comenzaran a considerarle alguien dentro de aquel pequeño mundo de baldas, telas, sacos y perfumes. Allí dentro los olores se mezclaban; café, tabaco, alcohol con aromas a lavanda, romero y rosas. El se fue ganando la confianza de su patrón y la simpatía de las mulatas que pasaban por allí, confiando ser atendidas por Pedro, aquel joven español de pícaros ojos azules, labios gruesos y enorme sonrisa.

Cada día, al terminar la jornada en la fábrica de puros habanos, las mulatas, despalilladoras de la hoja de tabaco, pasaban por la tienda a caprichear parte de su jornal en algún perfume, en alguna pastilla de jabón o en algún tejido catalán. Pedro las atendía sabiéndose del todo admirado y deseado por aquellas jóvenes de piel morena e insinuante lenguaje y movimiento.
"Pedriiito", le llamaban, solicitando así su atención. Y él, gustoso, atendía sus demandas de cualquier cosa, aguas de colonia, tejidos, conservas...No sin saber que su buen trato y simpatía le estaban haciendo ganarse, poco a poco, la confianza de su patrón además de aquél éxito entre las mujeres del lugar. Todo esto, transcurría en aquellos pequeños almacenes de Santiago de las Vegas, cerquita de La Habana, allí, muy lejos, en Cuba.

El cuadro: "Niño apoyado" De B.Esteban Murillo.